Líbano: sueños desde la frontera
Risas, paredes llenas de murales y dibujos, libros que se apilan en las estanterías, una profesora que se sirve de zanahorias hechas de cartulina para enseñar el alfabeto. La escuela bulle de actividad a menos de veinte kilómetros de la frontera siria.
El Valle del Bekaa se expande entre las cordilleras de Líbano y Antilíbano, en la frontera este del país. De fríos inviernos y calurosos veranos, esta área agrícola acoge ahora a miles de personas refugiadas provenientes de Siria. Algunas buscan un hueco en las ciudades; otras se hacinan en tiendas de campaña levantadas sobre algún terreno por el que han de pagar un alto precio a su propietario. En cualquiera de los casos, viven en condiciones muy precarias: es habitual que más de 10 personas convivan en la misma tienda, o en viviendas sin acceso a luz o agua, empobreciéndose conforme pasan los días y los meses. A pesar de la proximidad geográfica, su tierra natal -y, con ella, todos los recuerdos- queda muy lejos.
Bekaa es también una de las regiones de Líbano en las que actúa el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS, por sus siglas en inglés), en colaboración con Entreculturas. Allí la organización ha instalado seis centros escolares (divididos entre las localidades de Baalbek y Bar Elias) con el propósito de contribuir a que las personas más vulnerables tengan un presente y un futuro dignos. “Trabajamos para garantizar el derecho a la educación de 3.500 niños y niñas refugiadas y su inserción en el sistema educativo libanés, ya que la escuela supone un refugio y una oportunidad para recuperar su infancia”, afirma Nawras Sammour, Director de JRS en Oriente Próximo.
“Ahora mismo estoy en cuarto grado, aunque me corresponde un curso más y debería estudiar para recuperar esos años”, comienza a explicar Solaf, de 13 años. Lleva cinco viviendo como refugiada en Líbano y conoce de primera mano lo que supone la ausencia de una escuela en la que aprender: “Cuando llegamos aquí no había colegios hasta que abrió este. Había unas clases de inglés, fui con mi hermana durante tres semanas y nos ayudaron un poco. El resto del tiempo no hacíamos nada. Estuve casi tres años sin ir a clase y me dio mucha pena, se me olvidó todo lo que había aprendido antes”. Sin embargo, desde hace dos años Solaf asiste a la escuela Nikseh de JRS, en Bar Elias. Ahora, su sueño es estudiar medicina: “Quiero ser doctora, para que la gente no se preocupe y pueda ayudarles a que se curen”.
Vivir con sueños es, para Ahmad, algo fundamental: “El país sin sueños no se arregla”. Refugiado sirio en Líbano, trabaja desde hace tres años como profesor con JRS. Al principio, relata, daba clases en una tienda de campaña en un campo de refugiados de la zona: “Era muy difícil, las clases se interrumpían a causa del frío, a veces nevaba y entraba mucha agua”. Ahora, sin embargo, enseña árabe en el centro Nahyereh, también en Bar Elias. “Aquí estamos en edificios más seguros para los niños y hay comida”, añade. Sin perder la energía, se esfuerza encarecidamente cada día para ofrecer amor y seguridad a sus alumnos y hacer que disfruten con ilusión de todo el proceso educativo. “Lo primero es tener la oportunidad de enseñar a los niños de mi país, por eso me gusta ser profesor. Es lo mejor que puedo hacer para ayudarles y ojalá cuando vuelvan a Siria tengan una educación”, explica.
Como Solaf o Ahmad, millones de personas han sufrido y sufren los efectos del conflicto y del desplazamiento a causa de la extrema crudeza de la guerra civil siria. Desde el inicio del conflicto en 2011, se estima que han fallecido más 400.000 personas. El número de menores sirios que han visto interrumpido su educación supera los 2,4 millones debido a los ataques o a la situación de desplazamiento. Alrededor de 6,6 millones de personas se encuentran desplazadas en el interior de Siria y más de 5,6 millones han huido fuera de sus fronteras, sobre todo a países limítrofes como Turquía, Jordania o Líbano, con menos recursos y prestaciones que los países europeos de cara a la acogida de personas. A pesar de que este último cuenta con 4 millones de habitantes y con apenas 10.230 km2 de superficie, acoge en estos momentos a más de 991.200 personas sirias (aunque JRS alerta de que existe medio millón más de personas no incluidas en este cómputo).
La compleja situación socio-económica libanesa, los efectos provocados por las guerras vividas y el recelo hacia la población refugiada por la competición por el acceso a los recursos dificultan a personas y familias sirias conseguir permisos de residencia y encontrar trabajo. Esto tiene consecuencias a la hora de sufragar los gastos sanitarios, el alquiler, costearse una educación para sus hijos e hijas y otras barreras que impiden el desarrollo de todos los que acuden al país en pos de la seguridad y la continuación de sus vidas. El trabajo infantil o el matrimonio precoz son algunos de los peligros a los que se enfrentan niños y niñas cuyos hogares afrontan grandes dificultades económicas. Según la encuesta anual VASyR de enero de este año, que realiza ACNUR, las personas refugiadas en Líbano son ahora más vulnerables que nunca. El 76% de los hogares vive por debajo del umbral de la pobreza (menos de 3,84 dólares al día por persona) y el 58% se encuentra en la extrema pobreza, gastando menos de 2,87 dólares al día por persona. Esto supone un incremento del 5% respecto a 2016.
Por ello, es crucial llegar a aquellos que se enfrentan a todo tipo de barreras que vulneran sus derechos humanos más básicos y acompañarles en su camino. “Me gustaría pedir al mundo que ayuden a los refugiados sirios a volver a su país y a Líbano que permita a los profesores dar una educación a los niños porque es lo más importante que pueden tener”, comenta Rashida, profesora en la escuela de Al Telyani (Bar Elias). Alrededor de 450.000 niños y niñas desplazados en el país ven vulnerado su derecho fundamental de acceso a una educación de calidad, según los últimos datos aportados por ACNUR. La falta de espacios disponibles, el precio del transporte, la discriminación, así como las impredecibles normas de inscripción y requisitos libaneses, son los principales obstáculos para la matriculación y asistencia a escuelas públicas. La misma hermana de Solaf, de 16 años, no puede ir a clase a causa de desconcertantes medidas burocráticas. “No hay institutos que la acepten sin pasar un examen que tiene que hacer en Siria, pero ahora no puede ir a Siria”, relata Solaf.
“Tenemos muchas dificultades”, explica Ahmad. “Si, por ejemplo, llega un alumno de 11 años que hace tres que no va a clase, por supuesto se ha olvidado de lo aprendido en el colegio y nosotros tenemos que empezar a enseñarle desde el principio, a que estudie, lo que es muy difícil también para nosotros como profesores. Pero podemos sobrepasar estas dificultades”. Otro reto que comparten profesores y profesoras de JRS es atender a estudiantes de distintas edades en una misma clase.
Desde Entreculturas reivindicamos una educación de calidad que facilite la inserción de los niños y niñas refugiados en el sistema educativo libanés y que mejore su calidad de vida. Es vital un enfoque educativo holístico, que comprenda no solo la atención en el aula, sino también la llegada a ella o actividades después de la escuela. Para ello, el Servicio Jesuita a Refugiados cuenta con un equipo integrado por psicólogos, trabajadores sociales y docentes especialmente cualificados para identificar y atender las necesidades especiales de ese colectivo.
Nuestra labor con JRS abarca su matriculación en el colegio, el mantenimiento de las infraestructuras educativas, el equipamiento de las aulas, la distribución de materiales educativos, desayuno escolar diario, materiales de higiene básicos, cursos específicos de preparación para poder incorporarse a la escuela pública libanesa, la realización de actividades extracurriculares y la atención psicosocial a estudiantes y familias de las escuelas. También proporcionamos una formación continua al profesorado y transporte escolar para los alumnos de las zonas alejadas o con comunicaciones deficientes. La mayoría de los centros cuentan con atención preescolar, una manera de preparar al alumnado para entrar en la educación primaria libanesa. Actuamos con las poblaciones más vulnerables, donde urge acabar con el bucle de pobreza y exclusión social que envuelve a los que no cuentan con oportunidades de desarrollo. En Bekaa, por ejemplo, se registran las cifras más bajas a nivel nacional de inscripción a las clases: un 7,8% de los niños sirios asiste a preescolar, apenas el 59% a educación primaria y un 13% a la secundaria.
Además de toda la tarea realizada en el Valle del Bekaa, también apoyamos la educación de 150 niños y niñas refugiadas en Bourj Hammoud (Beirut) en un centro de aprendizaje acelerado que proporciona educación a nivel de primaria y secundaria mediante el uso de ordenadores para refuerzo escolar y su inserción en el sistema educativo libanés. Asimismo, en Jbeil (Biblos), atendemos a 300 familias sirias que han llegado a Líbano huyendo de la guerra y que necesitan ayuda humanitaria. "Trabajamos para aumentar su resiliencia a través de visitas a domicilio y distribución de alimentos para su supervivencia", explica Nawras.
Porque la vida no cesa, ningún período de conflicto y desplazamiento tendría que suponer un tiempo perdido. Con una educación de calidad, podemos seguir trabajando para brindar futuro y esperanza a las personas. Y, sueño a sueño, a uno y otro lado de la frontera, velar por la reconstrucción de un país.