Entrevista a Elisa Orbañanos, Directora de Programas del JRS para la Región de Grandes Lagos

  • Congo, República Democrática del

Antropóloga dedicada al trabajo humanitario y la cooperación al desarrollo. Lleva más de 5 años en República Democrática del Congo (RDC) trabajando en diferentes proyectos. Desde hace un año trabaja en el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) y, actualmente, es la Directora de Programas para la Región de Grandes Lagos (RDC, Burundi y Tanzania). 

¿Cómo es la situación actual en RDC?
Los campos de personas en situación de desplazamiento interno en los que trabaja el JRS al este de RDC se encuentran en muy duras condiciones en todos los sentidos. El país representa una de las peores crisis olvidadas de nuestro tiempo, en la que han muerto más de 5 millones de personas y cuyas consecuencias se reflejan en cifras: a día de hoy, la población desplazada interna alcanza casi los 2 millones de personas (1.722.000) en el país y, solamente en el Kivu Norte, la cifra se estima en 678.173 personas.

Esta guerra, puramente económica, no tiene otro fin que el de mantener un clima de violencia y desestabilización que permita el control de la tierra y la explotación y el tráfico irregular de minerales. De este modo, este caos constante bloquea el desarrollo de la zona, que queda desprovista de infraestructuras fundamentales como carreteras, hospitales o escuelas. Como consecuencia, miles de familias deben abandonar sus casas cada año, a causa de la falta de servicios, de la ocupación territorial o de los brutales ataques de grupos armados, locales y extranjeros.

El movimiento de población es, pues, constante. Sin embargo, y paradójicamente, el abandono estatal en los últimos años y la consecuente retirada de numerosas organizaciones han dejado los campos en condiciones límite de habitabilidad y saneamiento. Algunos de ellos son incluso autogestionados, sin apoyo gubernamental ni presencia de entidades de ayuda humanitaria o cooperación.

¿Cómo afecta todo esto a la población más vulnerable?
La población actual de cada uno de los campos en los que JRS interviene es de una media de 3.000 personas, cuyos porcentajes más altos corresponden a menores y mujeres, quienes son, a su vez, los grupos de población más vulnerables.
 
Una vez en los campos, la falta de recursos y de vías para generar ingresos condiciona la cobertura de las necesidades básicas, como el acceso a agua potable, vivienda, saneamiento o educación, y genera círculos viciosos de pobreza en las familias desplazadas. Esta carencia de medios y la superpoblación de las áreas de acogida saturan tanto el mercado local como el acceso a energía, exponiendo más fácilmente a las mujeres a relaciones de explotación y violencia. Por un lado, porque esto implica el aumento de las actividades económicas informales, que comportan un fuerte componente de género, siendo las mujeres quienes las desarrollan principalmente. Por otro, porque las familias recurren a la madera como medio de subsistencia, siendo las mujeres y las niñas las encargadas de adentrarse en el bosque para la búsqueda de leña que utilizar o revender, exponiéndose a grandes riesgos, como la violación.
 
En este contexto de miseria en el que viven las familias desplazadas, la educación no puede suponer para ellas una prioridad. La abrumadora situación de necesidad de los hogares no permite el pago de las tasas escolares de la media de 8 hijos por familia en RDC y fuerza, en muchas ocasiones, a relegar tareas y responsabilidades a los hijos desde muy corta edad. Más aún en el caso de las niñas, quienes se convierten en muy jóvenes responsables de trabajos agrícolas o de venta informal, así como en encargadas del hogar.
 
¿En qué consisten los proyectos del JRS en el país? ¿Qué tipo de acciones se llevan a cabo?
Ante esta devastadora realidad, el Servicio Jesuita a Refugiados, de la mano de Entreculturas, trata de proporcionar a las familias desplazadas las herramientas que les permitan romper el círculo vicioso de la miseria, desde un enfoque integral. Presente en los campos donde ninguna otra entidad internacional trabaja, además de la ayuda de emergencia ofrecida a los más necesitados, el JRS identifica a las familias más vulnerables para hacer que sean agentes activos y responsables de su propio desarrollo, a través de la educación, la formación profesional y el acompañamiento psicosocial y pastoral.

La prioridad de las intervenciones es asegurar el acceso a una educación de calidad y hacer de las escuelas espacios seguros de protección y crecimiento. Para ello, se apoya la escolarización primaria y secundaria a través del pago del cincuenta por ciento de las tasas escolares. Igualmente, se refuerza el sistema educativo público, mejorando sus infraestructuras y capacidades. El JRS ofrece, además, formación profesional de calidad a jóvenes en riesgo y mujeres, para la generación de autoempleo o el acceso al mercado laboral. Esta búsqueda de impacto a largo plazo y la cercanía con la población beneficiaria son, sin duda, sello de identidad del JRS en RDC. 

En tu opinión, ¿cuáles son los principales retos en lo que respecta a la intervención del JRS en RDC?
El desafío mayor es no permitir que se olvide el país, mediante una movilización ciudadana que exija cambios para la tecnología libre de conflicto y que no permita el abandono por parte de la comunidad internacional, caracterizado por la cada vez más acuciante retirada de fondos de cooperación y ayuda humanitaria en la región.

El silencio de nuestra sociedad frente a lo que pasa en RDC es cómplice, consintiendo la perpetuidad de un conflicto económico con consecuencias devastadoras sobre la población. Tanto como consumidores de tecnología como en tanto que ciudadanía, tenemos la capacidad y la responsabilidad de presionar a empresas y gobiernos para crear procesos que garanticen que la riqueza producida por los recursos naturales sea repartida de forma justa.

¿Cuál es tu principal motivación personal para seguir adelante con tu labor?
Las necesidades de la población con la que trabajamos son definitivamente mucho mayores que los recursos con los que contamos. A veces la realidad es desbordante y cuesta mantener la esperanza. El día a día no es fácil; sin embargo, cada pequeño resultado aquí supone un cambio sustancial en la vida de otra persona. Una adolescente que supera el examen nacional al final de curso, una mujer que abre su propio taller de costura o la celebración de la boda de una pareja de ancianos
desplazados en el paisaje desolador de un campo son mucho más que indicadores. En el JRS no ejecutamos actividades para rellenar informes, sino para ofrecer un futuro. Sin discursos grandilocuentes, lo que me motiva a seguir es la coherencia de estar donde hay que estar, apoyando a quien más lo necesita, haciendo lo que hay que hacer: acompañar, servir y defender.